Mi mamá llegó a mi depa… ¡y encontró mi juguete sexual!

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¡Al fin sola! Recuerdo perfecto aquel día mientras colocaba las cortinas de mi «nuevo hogar». El primer día de mi independencia.

 

Mientras intentaba poner todo en su lugar -ese todo eran un par de cajas, una cama y un buró- tenía una mezcla extraña entre emoción, miedo, nostalgia y alegría.

 

Te imaginas todo el panorama con anticipación pero no lo compruebas hasta que el momento de la verdad llega.

 

Transcurridas quizá algunas semanas, todo iba fluyendo con mayor naturalidad y aceptación. Mi má de cuando en vez solía (y aún lo hace) visitarme de manera inesperada. Ella aún no se la creía, ¿en verdad se trataba de su pequeña Lu? La pequeña consentida que salió hace algunas semanas de casa tenía cocina.

 

De poco en poco es como nuestros padres terminan aceptando medianamente que ya somos independientes.

 

Y digo medianamente porque el momento en que mi mamá aceptó por completo mi independencia fue; no la cocina, ni lo bonito que acomodaba mi refrigerador, sino el día que encontró un ¡juguete sexual en mi habitación!

 

Ustedes sabrán que cuando tienes ese espacio personal donde la que decide y manda eres tú, ya no andas escondiendo a tu chico bajo la cama y mucho menos los condones.

 

En una de esas visitas inesperadas sucedió. Les cuento.

Habíamos planeado salir a almorzar un fin de semana a uno de nuestros restaurantes favoritos y quedamos de vernos ahí a las 10 de la mañana. 

 

Pero claro, 8:30 a.m. ¡y suena el timbre! ¡Sorpresa!, mamá decidió pasar por mi porque quería… no sé que quería, pero yo aún no me había bañando. Así que le abrí y le dije que se recostará en mi recámara en lo que me metía a bañar. Cuando salí de la regadera ella estaba en mi cuarto sentada en la cama con una seriedad absoluta y me dijo:

-Hija, tengo que confesarte. Acabo de ver algo aquí en tu habitación, no sé si debo preocuparme… 

Les juro que vi mi vida pasar en un par de segundos: «¿Será mi estado de cuenta vencido? ¿Las paletas de caramelo con cannabis que me trajo mi mejor amiga de Ámsterdam? ¿Qué, qué es?»

 

La respuesta estaba en mi cajón ligeramente abierto que ella, por curiosidad había «explorado», esa especie de curiosidad maternal , ya saben. Honestamente, cuando recordé de qué se trataba, no me causó tanto alboroto como el estado de cuenta, jaja; sin embargo, sí me causó un poco de penita.

 

Me armé de valor y le conté entonces que; con la decisión de vivir sola, viene también una enorme responsabilidad y compromiso de autoconocimiento y que una parte de este último está en la sexualidad.

 

Una empieza a tomar decisiones no sólo de cómo arreglar su departamento, por ejemplo, sino de cómo y en qué momento se explora en intimidad (sola o en pareja, claro).

 

Ya no hay necesidad de tener cajones con llave o puertas con seguros, sólo eres tú y tu libertad las que integran ese increíble espacio personal y eso te dota de una consciencia maravillosa de ti misma.

 

Para mi ella, escuchar esto no fue sencillo y la entiendo.  Estoy consciente que cada persona es un conjunto de experiencias y condicionamientos aprendidos en una determinada época, sin embargo esto no significa que debamos censurarnos y  mucho menos avergonzarnos de decidir ser nosotras mismas.

 

Después de una extensa plática y de un momento de cruda realidad, la situación quedó más que resuelta, al final se relajó y tuvo la conciencia plena de que sí: su pequeña Lu es más grande y madura de lo que podría imaginar.

¿Y el almuerzo?

Pues bien, el  almuerzo terminó siendo una tarde de compras de pánico y pizza, porque de almuerzo ya nada quedaba. Fue una de las tardes más graciosas y memorables de mi corta y soltera vida.

 

 

¿Quieres saber cuál fue el juguete que encontró mi mamá? —> aquí.